El neologismo de hoy es el vocablo de mañana: es afirmación que le oí hace años en mi universidad al catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Santiago Alcoba. Pero en los últimos años hay una enorme controversia con el problema del lenguaje inclusivo y con los vocablos que este pretende incorporar al español (de España y de América).
La RAE es una institución vetusta cuyo prestigio lo ha ido adquiriendo con esfuerzo y, a veces, con incomprensiones por parte de hablantes, bien ideologizados, bien comprometidos con un espíritu revolucionario de adaptación del idioma a los tiempos que corren, sin caer en la cuenta de que este no puede someterse a los avatares de una sincronía que no sabe bien lo que va a cuajar en nuestro acervo cultural y lo que va a ser una pasajera moda.
El idioma de un pueblo pertenece a sus hablantes y estos presentan diatopías muy diferentes, por lo que la evolución de la lengua, de cualquier lengua, no casa muy bien con prisas ni con contaminaciones de diverso pelaje. Así, por ejemplo, se hablaba de que la RAE estaba analizando la incorporación del vocablo elle como expresión del pronombre personal de tercera persona para quienes «no se sienten identificados con los géneros masculino y femenino» (La Nación, 27 de octubre de 2020). Esto surge de un debate más político que científico, y hay que esperar a que las posturas se reformulen atendiendo más a lo que el genio del idioma nos aporta y a la eficacia comunicativa que, al fin y a la postre, marca las reglas de cualquier lenguaje humano.
En cuanto al neologismo feminazi, la RAE ha ofrecido una explicación de su significado en su cuenta de Twitter: «La voz feminazi (acrónimo de feminista + nazi) se utiliza con intención despectiva, con el sentido de ‘feminista radicalizada’».
La palabra nace en 1992 cuando Rush Limbaugh, locutor de radio, comentarista político e integrante del Partido Republicano de Estados Unidos, la populariza en su libro Cómo deberían ser las cosas. A pesar de que ya ha cumplido la mayoría de edad, feminazi se resiste a entrar en los diccionarios actuales e, incluso, no se ha incorporado como registro en los diferentes corpus de la lengua española. Sí lo incorporó el Diccionario Oxford del argot político (2006), del que apunta que refiere, de forma peyorativa, a ‘una feminista comprometida o a una mujer de voluntad fuerte’. Posee un sentido peyorativo contra el movimiento feminista y las feministas en general y su origen responde a una campaña de desprestigio y ataque del feminismo (Irene Alabau, Psicología-Online, 1/03/2021). Su raíz es profundamente machista, algo que, como otras palabras o expresiones, desde el movimiento feminista se desea erradicar (Silvia Lorente, Cosmopolitan, 30/04/21).
No se encuentra la voz en ninguno de los diccionarios de las lenguas vecinas, salvo en el Oxford English Dictionary con la definición ‘a person (typically a woman) regarded as holding extreme feminist views’, por lo que solo aparece repertoriado lexicográficamente en inglés.
- El concepto de feminazi es un término que se ha extendido para desprestigiar claramente el feminismo, así como todo lo que éste ha logrado. [Crónica Global (España), 14/05/2017]
- La feminazi se ha perfilado como una caricatura absurda con características rígidas y estereotipadas: una mujer de carácter fuerte, histérica, soberbia, violenta, que odia a los hombres y probablemente es lesbiana, torso desnudo, promiscua y no depilada. [La Tercera (Chile), 2/03/2020]
- Las [feministas] radicales se están ganando a pulso que se refieran a ellas como feminazis por sus actos y su sorodidad selectiva. [Vozpópuli (España), 26/02/2020]
El término está muy ligado a la controversia política actual en las cuestiones del feminismo. Para unos, el diablo (aunque se vista de Prada), para otros, el «ya era hora» o por fin se pone un problema en la mesa del debate internacional. Pero, con ello, hay mucho enfrentamiento, poca confrontación y, por ende, falta de reflexión en una cuestión que se asienta —en su origen— en la lengua, aunque trasciende su ámbito filológico.
Y, así, junto al concepto feminazi, se intenta añadir en su mochila consignificativa asociaciones perversas como «mujeres feas y malvadas, masculinizadas, dominantes y mandonas» (al más rancio estilo español del significado espurio de gobernanta), etc. La versión en línea del diccionario Merriam-Webster define el término de la siguiente manera: ‘disparaging: an extreme or militant feminist’ (una feminista extrema o militante) y usado de una manera «generalmente despectiva».
Cuando lo vemos usado en este ámbito, surgen otros vocablos que piden su sitio en nuestros diccionarios. Así, por ejemplo: machirulo, que, en ámbitos más acotados (Diccionario gay-lésbico de Félix Rodríguez), se recoge con el sentido de ‘hombre gay; empoderar, y la nominalización empoderamiento, que se aplican con especial frecuencia a las mujeres; sororidad, neologismo (del inglés sorority) ya incorporado al DRAE23, nacido del concepto ‘amistad o afecto entre mujeres’, con su partida de bautismo también en los Estados Unidos de América, en donde define a una ‘asociación estudiantil femenina que habitualmente cuenta con una residencia especial’.
Sin duda le esperan a feminazi una trayectoria polémica y una vida poco apacible. Los idiomas deberían ser para todos un instrumento de comunicación rico y valioso, de confrontación y no de enfrentamiento, pero la naturaleza humana nos ha hecho abigarrados y variopintos, y no podemos sustraernos al nacimiento de vocablos cuyo destino se acerca más a la parte oscura de las ideas que a la búsqueda de una sociedad en la que la igualdad de oportunidades sea la gran meta de todas las personas a quienes el insulto —como arma dialéctica— les repele profundamente por aquello que decían los clásicos: la forma es el fondo.
Fernando Vilches
Universidad Rey Juan Carlos (España)