Los amantes de la literatura áurea nos hemos devanado los sesos cuando leíamos novelas de pícaros y nos topábamos con damas de todo rumbo y manejo (El licenciado Vidriera), también llamadas ollas, mozas de fregar o niñas de la gotera (Jácaras de Quevedo); hombres condenados a gurapas por cicateruelos (Quijote, Rinconete y Cortadillo); y gatos azotados por pintores de suelas (El Buscón).