Cuenta el mito que Medea, enloquecida por una mezcla de celos, odio y orgullo, mató a sus hijos, Mérmero y Feres, después de que Jasón, al que había ayudado a recuperar el vellocino de oro, quisiera repudiarla para casarse con Creusa. Así conseguía truncar la continuidad del linaje de Jasón, y lo que conllevaba para un hombre griego, puesto que los hijos estaban destinados a cuidar de los padres en la vejez y darles sepultura. Esta leyenda, que se conoce desde el siglo viii a. C. contada por Eumelo en sus Corinthiaka, alcanzó la cumbre literaria en la tragedia Medea de Eurípides (ca. 480 a. C.-406 a. C.), cuya influencia en el arte posterior (literario, pictórico) llega a nuestros días. Si es un acto abominable en la ficción, en la realidad es incluso más horrible porque contraviene el instinto natural de una madre (y de un padre) de proteger ante todo a sus hijos.