La comunicación en línea, y en especial las redes sociales, nos ha permitido conectarnos, y así conocernos y cuidarnos, desde lugares y en modos que apenas unas décadas atrás solo podríamos haber imaginado en una realidad de ciencia ficción. Pero esa misma posibilidad de cercanía virtual es también fuente de innumerables, y novedosas, formas de vínculos perniciosos. Hace unos años, el Martes Neológico se detenía sobre ciberacoso, calificando la actividad a la que la voz refiere como una «inclinación de ciertos individuos a someter al prójimo, a convertirlo en objeto de escarnio, a hostigarlo». El neologismo del que nos ocuparemos hoy, grooming, remite, tristemente, a una de las variantes más execrables del ciberacoso, pues los prójimos sometidos son menores de edad.