«Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar, / va cargado de amargura, / va, vencido, el caballero de retorno a su lugar». Un lugar denota un sitio, una porción de espacio, según señala el DLE, pero, además, en las alforjas de su significado, este nombre acarrea la connotación de la espacialidad vivida. Como ilustran los versos de León Felipe, a los lugares se vuelve y se pertenece. De ahí el posesivo, «su lugar»; de ahí el regreso del hidalgo y el de todos los Ulises.

[fotografía] silueta de un pasajero arrastrando su equipaje por la zona de tránsito de un aeropuerto
Skitterphoto (Pexels)

Los lugares, pues, son aquellos espacios que conforman nuestra identidad, donde nos relacionamos y que se inscriben en el devenir histórico. ¿Y qué es un no lugar? Exactamente lo contrario. Este concepto, formulado a principios de la década de 1990 por el etnólogo y antropólogo francés Marc Augé, acota un producto de la posmodernidad cuya omnipresencia, paradójicamente, a menudo nos impide reparar en él.

Los no lugares son puntos de tránsito, como las terminales de transporte; espacios de ocupación provisional, por ejemplo, las habitaciones de hotel impersonales, o zonas liminales, pensemos en esas islas sobrantes entre vías de comunicación, difícilmente practicables para los peatones. A ese tipo de espacios venimos aplicando los hablantes del español el nombre no lugar en los últimos tres decenios, desde que Augé acuñara el término correspondiente en francés, non-lieu, difundido sobre todo a través de su libro Non-lieux. Introduction à une anthropologie de la surmodernité, publicado en 1992 por la editorial parisina Le Seuil y traducido al español el año siguiente:

  • Por una parte, está fragmentado por las salidas de los aparcamientos. Ello crea un espacio urbano ambiguo donde los haya, un no lugar que pretenden el peatón y el automovilista. [El País (España), 14/11/1995]
  • Y el viejo africano, desde ese «no lugar» aeroportuario, nos ubica y prepara para el repaso de su historia en «sí lugares», en ámbitos y entre habitantes de un mundo previo delicioso, tan remoto como irrecuperable. [Clarín (Argentina), 14/4/2022]

Si bien la modernidad decimonónica, con sus grandes transformaciones urbanas, ya trajo cambios sustanciales en los modos de relacionarnos con el espacio y percibirlo, en lo esencial, la noción de no lugar se refiere al modelo económico y urbanístico prevalente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Aquel París haussmanniano cantado por Baudelaire, que cambiaba más rápido que la vida de un mortal, era, en todo caso, una urbe para deambular y establecer vínculos, duraderos o fugaces como una mirada al paso. En cambio, ciertos modelos urbanísticos de la posmodernidad (esas extensas urbanizaciones de viviendas unifamiliares) nos dificultan trabar lazos con los lugares y quienes los habitan. En la ciudad tradicional y moderna o en los pueblos, la suma de identidades individuales genera lo colectivo; por tanto, crea identidad. Los lugares son resultado de relaciones; los no lugares y la posmodernidad, instrumentos anonimizadores, pues dictan una identidad general:

  • […] un no-lugar corresponde a un espacio físico en el que ni la identidad, ni la relación, ni la historia están simbolizadas, son espacios en los que la gente coexiste o cohabita sin vivir junta. [El País (España), 24/5/2005]

Morfológicamente, el término está formado por prefijación, si bien el estatus del prefijo no- es controvertido (consúltese la entrada no ficción de este blog para profundizar al respecto). Es asimismo un calco, como decíamos, del francés. Y no es de extrañar que el término proceda de dicho idioma, considerando la particular atención que en Francia se ha prestado al espacio; pensemos en las contribuciones de los académicos galos al giro espacial y en la productividad que en esta lengua presentan algunos nombres del mismo campo para formar términos por sintagmación, con lieu, sin ir más lejos, el lieu de mémoire (‘lugar de memoria’) del historiador Pierre Nora.

Con los años, el término, en principio reservado a los especialistas, ha ido poblando las páginas de la prensa diaria. Que el hablante medio comienza a comprender —o al menos, intuir— su significado lo prueba la tendencia reciente a ser empleado sin necesidad de añadir una glosa:

  • Ese territorio que no era de nadie, un no lugar, fue convertido en un espacio público cargado de contenidos, con una calidad notable que produce sentimientos de pertenencia. [El Tiempo (Colombia), 15/7/2015]
  • Las residencias de ancianos se han convertido en no-lugares, mal atendidas, sometidas a la mercantilización. [La Vanguardia (España), 22/6/2020]

Ninguno de los principales diccionarios generalistas del español recoge esta voz; de entre los de las lenguas vecinas, la incluyen el Vocabolario Treccani y el Oxford English Dictionary, este último solo como subentrada del prefijo non-, con varios ejemplos y sin definición. Ojalá sigamos hablando, y cada vez más, de estos lugares que no son tales y que así el uso los lleve a más diccionarios, pues ello será indicio de una sociedad consciente de ciertos valores en peligro. Hablemos de los no lugares, reclamemos un urbanismo más humano y esforcémonos en vivir los lugares: ¿puede compararse una larga escala en un aeropuerto con dejar pasar las horas charlando al fresco, sentados en un poyete, una noche estival al olor de la mies?

Juan Carrillo del Saz
Universitat Autònoma de Barcelona (España)

no lugar m.

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